12 enero 2008

La Sonrisa Perdida

- Este cuento fue escrito hace apenas unas semanas, para un proyecto en colaboración con mi buen amigo Miguel Lasarte. Con él comienza la andadura de este "Cuaderno de Bitácora." Se lo dedico a todos aquellos que, como yo, perdieron en algún momento su sonrisa-

Esta es la historia de un joven cualquiera, llamémosle S., por que podría ser Ese de ahí, un hombre corriente, alguien anónimo y desconocido.

S. tenía todo en la vida, pero le faltaba algo. Tenía un fantástico trabajo, con grandes responsabilidades y mejor salario, pero sentía que algo le faltaba.

Tenía una familia que le quería, a la que se sentía muy unido, pero sentía que algo le faltaba.

Tenía grandes y buenos amigos, con los que pasaba grandes ratos, pero seguía sintiendo que algo le faltaba.

Por años buscó eso que le faltaba, pero nunca dio con ello. Ni siquiera sabía a ciencia cierta que era lo que no había en su vida que le impedía ser completamente feliz.

Recordaba con anhelo su infancia, y la melancolía se apoderaba de su corazón, por que en aquella época si se sintió un niño muy, muy feliz. Ahora, las cosas habían cambiado.

Pero, ¿cómo recuperar ese espíritu infantil que tantas alegrías y emociones le dio de niño? ¿Cómo volver a ser feliz? La rutina de su trabajo, el día a día, el haberse convertido en un joven adulto y responsable, había hecho, que precisamente el día de su 30 cumpleaños, se sintiera el triunfador joven más desdichado del mundo.

Y decidió que debía de inmediato poner fin a su desolación.

Lo primero que hizo fue preguntarle a uno de sus compañeros de trabajo, al primero que encontró, llamémosle C., por que podría haber sido Cualquier Compañero de su oficina.

Le dijo:
- ¿C., que crees tú que me puede faltar para llegar a ser feliz?

- Claramente, lo que a ti te falta para ser del todo feliz, es un gran coche.

¡Que buena idea! S. corrió a un concesionario de coches, y se compró el mejor coche que había, el más caro, con el mejor equipamiento... Pero a los pocos días, se dio cuenta de que ese coche no le llenaba el vacío que él sentía.

Acudió entonces al Doctor, digamos que D., para pedirle consejo. Quizá se tratara de una enfermedad, por lo que se encontraba cada día más abatido.

- Doctor D., ¿qué puedo hacer? Me falta algo, me siento triste, cansado, con la sensación de que al hacerme mayor he perdido algo en mi vida, algo muy importante que cuando era niño tenía.

- Eso será un estado carencial de vitaminas, minerales y oligoelementos. Tómate estas cápsulas y verás como te vas recuperando. – Le dijo el Doctor D.

Durante unos días, se tomó las píldoras tal y como el doctor le había prescrito, pero no sintió alivio alguno.

Entonces, aunque no le gustara la idea, decidió consultar con un psicólogo, digamos que fue al Señor P., gran especialista de reconocido prestigio.

- ¿Cree usted, Sr. P., que puedo padecer algún trastorno grave?

- Usted tiene acumulado mucho estrés, le dijo. Debe asistir a un taller de relajación, para aprender a descargar su estrés y ansiedad y lograr así ser más feliz.

Muy contento por este diagnóstico, S. comenzó su terapia de relajación, y si bien descubrió que le resultaba mucho más fácil conciliar el sueño y soportar su dura jornada laboral, no logró quitarse la sensación de vacío que le dominaba.

Triste, abatido, sin consuelo, S. caminaba como cada día de camino al trabajo, al comenzar el día. Tenía unas ganas tremendas de llorar. Deambulaba absorto en sus pensamientos, por las calles que tan grises hoy le parecían. Sintió que alguien le rozaba el hombro, suavemente. Se giró.
Lo primero que vio fue una flor hecha de papel, ante sus narices. De entrada le pareció horrible. Detrás de la flor, una mano, un brazo, y al final, un mimo, llamémosle M. Un mimo vestido de negro, pintada su cara de blanco, con una nariz de espuma roja.

S. no sabía si llorar o reír, si decirle a M. que le dejara en paz, o agradecerle su gesto. Pero entonces, sólo entonces, hubo algo que llamó su atención por encima de todas las cosas.

- ¡Ya está! ¡Ya lo tengo! ¡Ya se que me faltaba! – Dijo S.

Cogió su flor de papel, y le dio un gran abrazo a M. ¡Su sonrisa! Eso era lo que había perdido. Hacía años que no recordaba haber sonreído, y al ver al mimo, se quedó fijo en lo que más ansiaba: Recuperar su propia sonrisa. El mimo M. le había regalado su mejor sonrisa, junto con una flor, y S. había visto reflejado en M. aquello que él ansiaba desde que su vida de adulto le había borrado la sonrisa del rostro.

- ¡Gracias por regalarme tu sonrisa, Mimo! – Le dijo devolviéndole una propia, casi oxidada, almacenada durante años en lo más escondido del corazón. El mimo, obviamente, no pronunció palabra alguna, pero siguió sonriendo y le lanzó un beso a la par que se llevaba la otra mano al corazón.

S. continuó su camino, llegó a su oficina, y ese día, por primera vez desde hace un tiempo que hoy parecía infinito, sonrió a todos sus compañeros al comenzar su jornada.

C., su compañero le dijo:

- ¡Que buen humor traes hoy, S.!

- ¡Ni te lo puedes imaginar, C.! – respondió regalándole su mejor sonrisa.

Al cabo de un tiempo, volvió al médico, y al entrar a consulta, el Doctor D. comentó:

- ¡S., tiene usted mucha mejor cara que hace un tiempo!

- ¡Claro que sí Doctor! – y le regaló una hermosa sonrisa, tanto que el doctor pensó que todo se debía a su tratamiento.

Acudió de nuevo a la consulta del psicólogo Señor P.

- S., ha hecho usted un progreso extraordinario en un tiempo récord! Enhorabuena.

- Gracias Señor P. La verdad es que me encuentro mejor que nunca. – Y sonrió como si nunca antes lo hubiera hecho.

Descubrió que con cada sonrisa que regalaba ayudaba a otras personas a esbozar también una propia, y eso le hacía sentirse cada día mejor. A diario, de camino al trabajo o de vuelta a su casa, se encontraba con el mimo M., y se regalaban uno al otro sonrisas de afecto, de cariño y agradecimiento, sin cruzar ni una sola palabra.

Y es así como S., un joven cualquiera, recuperó la ilusión, la alegría, las ganas de vivir, y por supuesto, la sonrisa que había perdido.

Ah! Y os diré, como simple anécdota, que también encontró muy pronto el amor. Y aunque os parezca increíble, el amor lo encontró bien cerca, de regreso a su casa o camino de su oficina. Si, lo adivináis, S. se enamoró de M. Y lo mejor de todo, es que M. se enamoró de S.

Pero eso, es ya otra historia.


Diciembre de 2007

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